viernes, 8 de julio de 2011

Madrugada


La cruda luz le atesto directo a los ojos hiriéndole la retina.
El sol había amanecido furibundo, y se ensañaba contra ella, quien tambaleante, trataba de acertar el paso a paso sin trastabillar.
La noche anterior se sucedía en su cabeza embotada, como el crudo de una película en la cual las escenas no poseen ni coherencia temporal, ni argumental.
Un tibio pero repugnante líquido le subía y le bajaba por la garganta, y el resto de conciencia que parpadeaba dentro de su cerebro hacia un esfuerzo titánico por contenerlo y no volcarlo en el vestido, que hedía a desodorante gastado, sudor y alcohol derramado.
Traspasar las llaves por el agujero de la cerradura, era casi tan imposible como trasvasar el ojo de una aguja con un hilo demasiado grueso, y el triunfo en aquella pelea desgastó sus últimas reservas de energía.
El último esfuerzo se lo dedico a derramar ese líquido que le aprisionaba la garganta sobre el suelo, y cerrar los ojos.
Los analgésicos, el café y el dolor de estómago y de cabeza quedarían para más tarde.

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