La ropa flotando en el balcón, sin un cuerpo que la moldee, me parece tan solitaria.
Están ahí, a merced del viento que la mueve, esperando que alguien las llene, les de vida.
Yo las miro en su deambular hipnótico, colgadas de una soga que aparece invisible a mis ojos y así pasan los minutos, sin que nadie venga a rescatarlas para de seguro encerrarlas en un cajón donde esperaran pacientemente la salida matinal.
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